Se sabe que el ruido tiene una influencia importante en el hombre. Existen trabajos de psicología clínica sobre esto, “los neurólogos afirman que los sonidos suponen el 70% de los estímulos que recibe el cerebro. [Explican que] sólo podemos tocar una cosa a un tiempo con conciencia del tacto (dos como máximo, y con dificultad, si usamos las dos manos), y únicamente podemos mirar en una dirección, mientras que nuestros oídos captan sonidos en todas direcciones” (Baigorri, 1995: 2). Hoy entendemos al ruido como un sonido que no tiene cualidades musicales agradables o un sonido que no es deseado por una persona determinada en un momento dado, como un sonido irritante, molesto y, algunas veces, en función de su intensidad, dañino para el oído. Es fundamental señalar que “el ruido forma parte de la vida cotidiana, se manifiesta en el ambiente de diversas formas y a diferentes intensidades, es una consecuencia directa de las actividades que se desarrollan en las grandes ciudades” (PAOT (d), 2011: 3). Para poder hablar del ruido como un problema social, como un factor de contaminación ambiental, debemos entenderlo como parte de la propia vida, es decir, la vida social en todas sus manifestaciones produce ruido. Pero también cabe señalar que cada cultura o sociedad acepta un determinado nivel sonoro en la interrelación cotidiana, de forma que lo que una sociedad considera comportamiento “normal”, otra lo considerará comportamiento ruidoso. Por ejemplo, las sociedades latinas son consideradas, en general, sociedades más ruidosas que las europeas. Esto sucede incluso en un nivel más bajo, personal y no social, muchos conocemos a alguien que se ha mudado de vivienda por la molestia permanente que les causan los ruidosos vecinos, lo cual es subjetivo. 13